Este blog está creado por un Guardia Civil Auxiliar que viendo que se olvidaban de lo que fuimos, ha decidido que hasta aquí habíamos llegado. Como me lo hago yo solito, tendréis que disculpar las demoras, las incorrecciones y los fallos en los que pudiera incurrir. Si eres un Guardia Civil Auxiliar, esta es tu casa, envíame lo que quieras y en cuanto mis obligaciones me lo permitan, podrás verlo colgado en este blog . Para cualquier cosa mi dirección de correo y la oficial de este blog es casacuartel@gmail.com , aquí no se censura nada (salvo por lo que vosotros sabéis, las identidades y las imágenes nítidas de personas), a no ser que te pases, claro, que entonces te pediré el número y te metere un cuerno.

BIENVENIDOS PITUFOS

jueves, 20 de diciembre de 2012

¡¡¡FELIZ NAVIDAD!!!

Fiel a su cita anual, un compañero nuestro, me hace llegar la felicitación que este blog quiere trasladar a los pitufos y sus familia. Parece obvio que mis deséos sean los mejores para todos vosotros, y que la fortuna os sonría. No obstante, quiero resaltar que, un Guardia Civil no debe de esperar más que la íntima satisfacción del deber cumplido. Nosotros, ese deber, lo llevamos como religión, y en estas épocas de crisis que nos ha tocado vivir, nuestro ejemplo, cumpliendo fielmente nuestro deber, será nuestra mejor tarjeta de presentación.
Un abrazo a todos, felices Fiestas, y cuidado con las copitas que ya no tenemos 20 años....


¡¡¡FELIZ NAVIDAD!!!

domingo, 9 de diciembre de 2012

Sencillamente...Guardia Civil



Estimados pitufos:

Aunque os he tenido un poco abandonados, no creáis que me he desentendido de vosotros. A veces, las obligaciones profesionales no permiten dedicarle a esta página de la historia de la Benemérita todo el tiempo que yo quisiera. Implorando vuestra comprensión, y tras este paréntesis desde la Patrona, quisiera hacer una entrada llamada: Sencillamente...Guardia Civil.


A 24 horas de celebrar mi otra Patrona (que no deja de ser la misma), que como bien sabéis es la Virgen de Loreto, y con los sones aún recientes de la Patrona de Infantería, la Inmaculada (y aquí tengo que recordaros que en la Guardia Civil hubo miembros de la Infantería Española), no puedo dejar la ocasión de expresaros un estado de ánimo, con el que, sin duda, muchos os sentiréis identificados.

Haber pertenecido a una institución como la Guardia Civil, y considerarse miembro de ella, y yo, creedme, lo hago de hecho y de derecho, no sólo nos da permiso para poder presumir, permitidme este término, de tal circunstancia. Dicha condición, que me consta, que casi todos los que fuimos guardias auxiliares ostentamos con orgullo, no puede servir como parapeto para cualquier cosa. Para mí, aparte de una satisfacción personal, no deja de ser una responsabilidad y una carga que llevar con honor. A mí mismo me impuse una vez la obligación de ser consecuente con la obligación que me marqué un día, y procuro, cumplir con ello.
 
Hemos de ser conscientes que, cuando la gente nos identifica con una institución como la Guardia Civil, nos convertimos voluntaria, o involuntariamente, en escaparate social de la misma. Pensad que de nuestros actos se puede beneficiar la institución y las personas que la componen, pero...también la podemos perjudicar. Os animo a todos a que os sintáis herederos de una tradición forjada con sacrificio, dolor y sangre de muchos compañeros que dieron su vida por España, sirviendo en las filas de la Guardia Civil.  Empeñamos un Juramento y defendemos una Bandera, no lo olvidemos.

Para ilustrar esta entrada, os pongo dos emblemas de cuello, que en su día formaron parte del uniforme azul de un sufrido Guardia Civil de Infantería, que empeñó su vida por los suyos y por sus compatriotas, rindámos honores a todos ellos, de la mejor forma: con nuestro impecable ejemplo.

Quiero poneros la poesía escrita por un Coronel, dedicada a la Guardia Civil, y que me ha hecho llegar un compañero. Creo que ilustra y describe muy bien a lo que nos debemos,  los que, alguna vez, hemos vestido el uniforme verde oliva.


   A LA GUARDIA CIVIL


Hoy quisiera ser juglar para poder describir
a quien no verás rogar, ni reclamar, ni pedir.


Hombres de temple en silencio, que nadie escucha sufrir,
a esa sombra que nos guarda: tricornio, capote y fusil.

...

Al valor y a la lealtad, sin preguntar ni exigir,
a los que siguen cantando ¡Por tu honor quiero vivir!
y para que España viva, tiene el Cuerpo que morir.


¿Quién les sembró ese coraje? que, ante el asesino vil,
alzan su mirada al cielo, y en vez de tratar de huir,
abrillantan sus charoles, para que los vean venir.


¿De qué, madera están hechos? ¿Qué bronce los fue a fundir?,
que al repartir los laureles nunca se acuerdan de si;
y sin embargo hay chavales que, a la hora de elegir,
siguen gritando valientes: ¡Quiero ser Guardia Civil!


Por eso falta un poema, que yo no puedo escribir,
lo escribirá España entera, si no se quiere extinguir,
con un abrazo y un grito: ¡Instituto, Gloria a ti!.


José N. R.-C.
  Coronel de Artillería
XXV Promoción AGM
 

martes, 9 de octubre de 2012

UN SIGLO DE PATRONAZGO, CIEN AÑOS DE PROTECCIÓN


Por Real Orden Circular de fecha 8 de febrero de 1913, fue proclamada Patrona de la Guardia Civil la Virgen del Pilar. Aquella imagen de la Virgen, que D. Miguel Moreno Moreno,  capellán  castrense del Colegio de Guardias Jóvenes, que  fundara el Duque de Ahumada, colocara en la capilla de Valdemoro en 1864, pasaba a ser la Patrona del Cuerpo.

Fue el cariño con el que los "polillas", cuando salían del Colegio, llevaban la devoción de la Virgen a sus destinos, el que hizo que, poco a poco, aquella Patrona del Colegio, se convirtiera verdaderamente en Madre de todos los Guardias Civiles y sus familias.

Sin duda ninguna, el miembro del Cuerpo que más horas de servicio tiene a sus espaldas, es la Virgen del Pilar. Mientras acompañaba, y acompaña, a todos aquellos miembros de nuestra querida institución en el devenir de sus servicios, a la vez, se convertía en el recurso de amor de todas aquellas familias que angustiadas esperan a que su ser querido entre con bien por la puerta de casa. No pocas familias azotadas por el terrorismo o la fatalidad del servicio han encontrado el debido consuelo en la esperanza intercesora de la Virgen, pudiendo sobrellevar, en la medida de lo humanamente posible su dolor.

Me llena de alegría contemplar, como aún, en algunos cuarteles, lo primero que se ve es la imagen de la Patrona cuando entras por su puerta, y pongo el ejemplo de Ayamonte, que es, sencillamente impresionante.

Merecidamente, y tras la modificación del Reglamento que regula la Orden del Mérito de la Guardia Civil, se ha impuesto a la Virgen la Cruz de Oro de dicha Orden. Merecidísima por otra parte. ¡Cuantas pilares son madres, hijas o hermanas de Guardias Civiles, y ahora, incluso, Guardias Civiles!.

Hoy quiero ilustrar esta entrada, con esa cinta que tantos llevamos en nuestros coches, carritos de niños, uniformes…y que no es otra cosa que la medida de la Virgen del Pilar.

Nosotros los auxis, pues también le agradecemos a la Virgen que vele por nosotros, y le imploramos que nos proteja bajo el manto con el que cubre a todos aquellos que somos, de algún modo, parte de la Guardia Civil y a nuestras familias. Yo, desde luego, me siento muy orgulloso de estar bajo el mismo amparo de aquellos que día a día se ofrecen calladamente en el servicio a España.

No puedo dejar pasar la ocasión de solicitar la intercesión maternal de María, la Virgen del Pilar, para que, desde el Cielo, siga guardando a aquellos Guardias Civiles que dieron su vida por sus semejantes, le pido que los mantenga en el mejor lugar, porque nada más se les pudo exigir, y todo lo dieron. Y a sus familias, a las que les ofrezco la esperanza y mediación de una Madre, que también vio como su propio hijo era, injusta y cruelmente, arrebatado por la salvación de la humanidad.

Santísima Virgen del Pilar

Ruega por nosotros.
¡¡¡¡¡¡FELIZ PATRONA A TODOS!!!!

viernes, 7 de septiembre de 2012

¡ENHORABUENA!


Estimados pitufos:

Ya han pasado algunos años desde que, un pitufo, pensando que nadie le iba a leer, se ponía a escribir un relato, con bastante pasión, de lo que supuso su paso por la Guardia Civil. Ayer, día 6 de septiempre, se materializó un excepcional paso hacia adelante en la puesta en valor de nuestra historia. En Albacete, fue inaugurada la exposición de la que trae causa el cartel que ilustra esta entrada. Yo, y entiendo que recogiendo el sentir de todos los Auxis desperdigados por el mundo, agradezco muy de veras el ingente trabajo que unos cuanto estáis realizando en favor de nuestra causa común: que no se nos olvide y el reconocimiento de nuestra querida Guardia Civil.
 
Es un exito sin paliativos el hecho de que el Director General quisiera inaugurar, junto a la alcaldesa de Albacete, la magnífica exposición que ahora podemos tener la oportunidad de disfrutar. Conozco el ímpetu y horas de trabajo que empleáis en todo esto. También, que no siempre es facil renunciar a la familia y tiempo libre para impulsar este magnífico proyecto. Mi agradecimiento profundo a ellos y al presidente de la Federación, nuestro amigo y compañero Francis, a través del cual os hago partícipes de mi agradecimiento y profunda enhorabuena. No quiero que nadie se quede fuera así que quiero deciros que me siento muy orgulloso de todos y cada uno de vosotros, y de sentirme compañero vuestro.
 
Espero con ilusión que, algún día esa exposición pueda celebrarse en un sitio como Madrid, Barcelona o Sevilla, y con la misma dignidad que en Albacete. Os animo a todos a que no dejéis la oportunidad de asistir y, sobretodo, de que sigáis buscando recuerdos, uniformes, fotos que contribuyan a que un día, no lejano, podamos hacer un buen fondo histórico-documental que quede para el estudio futuro de esta página, aún no terminada de escribir, de la Benemérita.
 
Y como el que no llora no..., aprovecho para pedirle al Sr. Director que, lo mismo que puede contar con nosotros para lo que necesite, no se olvide que hay pendiente una asignatura: el distintivo, todo ello sin restar un ápice el esfuerzo y dedicación que nos ha prestado D. Arsenio.
 
Lo dicho, que todos a Albacete y que Viva la Guardia Civil, que coño...

lunes, 23 de julio de 2012

TODO POR LA PATRIA





No resulta sencillo intentar escribir, de según qué cosas, en la actual situación que padecemos. Sin embargo, es en época de crisis cuando debemos de mantenernos en nuestros fundamentos más profundos. Me consta que, no pocos de vosotros, estáis sufriendo la dureza de los tiempos que nos ha tocado vivir. Unos, los que permanecisteis en el Cuerpo, que disfrutáis de estabilidad laboral, pero a cambio vuestros ingresos (que nunca fueron amplios), se ven continuamente mermados;  otros, los que mantenéis a duras penas a vuestras familias con empleos precarios, con la espada de Damocles encima cada día que amanece;  y  por último, los que el zarpazo del paro os ha alcanzado de lleno.

A todos vosotros quiero recordaros que no podemos sucumbir a determinadas cuestiones. Hemos de ser, en estos tiempos, verdadero ejemplo de patriotismo para nuestros ciudadanos, sin que, amparados en la corriente de pesimismo, podamos caer en la pérdida de aquello que hemos de guardar con más celo: el Honor.

Os imploro a ser, si se puede, mejores ciudadanos, poniendo paz donde hubiera discordia, justicia donde faltare y lealtad con nuestra familia y con nosotros mismos. Hoy toca ser patriotas, y nosotros, los que juramos, y renovamos el juramento a la bandera, no podemos ser peones de aquellos que quieren hacer sucumbir a España.

Debemos levantarnos cada día, salir de casa con la cabeza bien alta y dar lo mejor de nosotros en beneficio de los nuestros, sólo así, saldremos adelante. Nosotros, todos, tenemos virtudes militares que nos enseñaron en la Benemérita, pues bien, esas mismas virtudes engrandecen a los pueblos.

Como decía un antiguo manual, “la moral, la voluntad de vencer, el creer, el tener fe, produce el milagro”,  y hemos de contribuir, en la medida de lo posible a levantar  España, por nosotros, por nuestros compañeros y   por nuestros compatriotas

Hoy, el título de esta entrada cobra todo el sentido: TODO POR LA PATRIA.

Mi paso por la Guardia Civil me ha enseñado muchas cosas, pero si algo le agradezco, fue contemplar como había huérfanos, viudas y padres con mucha familia, que vivían angustiados, pero con la responsabilidad y conocimiento profundo de saberse cumplidores del deber empeñado.

miércoles, 16 de mayo de 2012

UNA NOCHE TRÁGICA

Estimados pitufos: recientemente me llegó, por medio de un compañero, el relato que a continuación os muestro. Inmediatamente, conocedor de que muchos fuísteis protagonistas directos del lamentable atentado, me puse en contacto con su autor para solicitar su permiso y, así, poder haceros partícipes a todos de este inmejorable relato, que a todas luces se ha convertido en imprescindible para conocernos más en profundidad. Creo que su laconismo y elocuencia es, sencillamente, inmejorable. Este blog quiere agradecer al autor del relato, no ya el mismo, sino, su propia participación, valentía y ejemplo de lo que es un verdadero Guardia Civil, que además, solo espera  la íntima satisfacción del deber cumplido. Espero que no sea indiferente a vuestros sentimientos y a vuestros recuerdos...


 


22 de noviembre de 1988, a las 23,05 horas, Madrid, en la Dirección General de la Guardia Civil, alojamiento de la Compañía de Guardias Civiles Auxiliares.


 


Estaba en la sala de ocio, sentado a una de las mesas, pasando a máquina los apuntes de derecho romano que había tomado esa misma tarde. Llevaba en Madrid poco más de un año. Y decidí matricularme en Derecho en la Universidad Complutense, porque me sobraba el tiempo y pensé que sería una buena forma de aprovecharlo. Además, el año anterior me presenté a una oposición a la especialidad de Policía Judicial de la Guardia Civil, que conseguí aprobar. Durante el último trimestre del año hice el curso de especialización. Así que empecé 1988 con mi flamante diploma de Jefe de Equipo de Policía Judicial bajo el brazo. Derecho me vendría bien para los derroteros por los que quería encauzar mi vida profesional.


 


No había nadie más en la sala. Los Guardias Civiles Auxiliares –chavales de 17 y 18 años, que estaban haciendo el servicio militar en la Guardia Civil- se habían metido en sus literas a las 23 horas, siguiendo su horario establecido. Sus dormitorios ocupaban la primera planta de uno de los edificios de la Dirección General. Estaban distribuidos en dos alas, la norte y la sur. Cada una de ellas constaba de varios dormitorios, con ocho literas cada uno de ellos. Aunque casi todos los dormitorios estaban ocupados por Guardias Auxiliares -unos 100 aproximadamente-, uno de ellos estaba destinado a los Guardias Civiles profesionales. Yo ocupaba una de las literas de ese dormitorio.


 


Toda la primera planta estaba adscrita a la Compañía de Seguridad de la Dirección General. Cuando llegué a Madrid, en septiembre de 1987, mi destino fue precisamente ése, la Compañía de Seguridad. Allí estuve hasta hacía un mes. Aprovechando mi recién conseguida especialización en Policía Judicial, había solicitado una plaza en el Servicio Central y la había conseguido. Eso me suponía un problema, pues tendría que haber dejado el dormitorio que ocupaba. Hacía unas pocas semanas que había comprado un piso en una localidad cercana a Madrid, pero todavía faltaban 7 u 8 meses para que me lo entregaran. Así que hablé con el Capitán de la Compañía, para que me permitiera permanecer allí hasta que pudiera vivir en mi propia casa. Era un sitio incómodo, pero era gratis, y el dinero que ahorraba en alquiler me vendría bien para pagar las letras de mi nueva –y primera- vivienda.


 


En la segunda planta del edificio estaban alojados los aproximadamente 130 Suboficiales que hacían el curso de ascenso a Oficial.


 


A las 23,50 horas terminé de pasar a limpio los apuntes. Recogí mis papeles, introduje la máquina de escribir en su funda y, llevándomelo todo, fui a mi dormitorio.


 


Abrí la puerta y me dirigí hacia mi litera, situada al fondo, al lado de la ventana que daba al patio interior de la Dirección General. En una de las literas estaba acostado, el Turuta de servicio. El Turuta es como llamamos, en argot militar, al compañero que se encarga de tocar la corneta en el izado y en el arriado de la bandera, y en otros acontecimientos protocolarios. Entraba de servicio durante 24 horas y, como su trabajo era muy cómodo, se convertía en un “chico para todo” mientras duraba su jornada laboral. Por la noche no tenía gran cosa que hacer, así que escogía una litera en el dormitorio de los profesionales y dormía hasta la mañana siguiente. Había tenido donde elegir, pues hacía ya varios días que el dormitorio sólo tenía un ocupante fijo: yo.


 


-       Buenas noches,  –me dijo.


-       Buenas noches.


 


Saqué de mi bolsillo la llave de mi armario y lo abrí. Coloqué mis apuntes y la máquina de escribir en su interior. Tenía sueño, así que lo siguiente que iba a hacer era quitarme la ropa y encamarme.


 


No había empezado a desnudarme cuando empezó a oírse un ruido lejano. En décimas de segundo, aumentó su intensidad, convirtiéndose en un bramido ensordecedor. Me fijé en la ventana. El cristal vibraba con fuerza –recuerdo que pensé que cómo era posible que un cristal se combase de esa forma-, hasta que estalló en mil fragmentos, que salieron disparados como balas hacia la puerta, atravesando el pasillo del dormitorio, por donde yo acababa de pasar hacía escasos segundos. Aquí y allá empezaron a caer trozos del falso techo. De repente, el ruido cesó.


 


El Turuta se levantó de la cama, con cara de espanto y, empezando a vestirse, dijo:


 


-       ¡Esto ha sido una explosión! ¡Un atentado de ETA!


 


Apresuradamente, me dirigí hacia la puerta del dormitorio. La abrí y me encontré con una nube de yeso en suspensión que me dificultaba la visión. Casi todo el falso techo del pasillo se había desprendido y sus pedazos estaban desparramados por el suelo. Algunas puertas de los otros dormitorios estaban desencajadas. Empezaban a oírse voces que provenían de todas partes. La puerta del dormitorio del Guardia Primero que cubría el servicio de Cabo de Cuartel, a mi izquierda, se abrió y salió mi colega con una mano en la cabeza, intentando taparse una herida de la que manaba sangre en abundancia. Le pregunté si estaba bien. Me respondió que sí, que se le había caído encima de la cabeza un somier que estaba apoyado en la pared y le había provocado esa herida. Le dije al Turuta que se lo llevara rápidamente al Botiquín y que se la curasen. Ambos desaparecieron juntos por la escalera que conducía al patio interior.


 


Tuve unos momentos de desconcierto, sin saber muy bien qué hacer. Se oían gritos, voces y llantos a mi alrededor. Quedé bloqueado, pero duró poco tiempo. Un auxiar llegó corriendo hasta donde yo estaba. Éste, era un Guardia Auxiliar atípico: tenía 23 años. La vocación le entró de forma tardía, así que sus compañeros, con el puntito de mala leche que caracteriza a las comunidades de machos de cualquier especie, le habían bautizado como “El Abuelo”. Hasta yo le llamaba así, y a él no le importaba.


 


-        ¿Qué hacemos? –me dijo. Era el único Auxiliar que me tuteaba, y yo se lo permitía, posiblemente porque éramos de una edad similar –yo tenía 25 años-.


 


Tenía sentido que me hiciera esa pregunta. Yo era el Guardia Civil profesional de mayor empleo en toda la primera planta: Cabo 1º. Así que se suponía que debía saber qué hacer. Y aunque ya no estaba destinado en la Compañía de Seguridad y nadie me hubiera reprochado que hubiera huido de allí con el rabo entre las piernas, en el momento en que el Abuelo me dirigió esa pregunta, decidí quedarme y apechugar con el marrón. Por otra parte, hasta hacía un mes había sido jefe de los Auxiliares y confiaban en mí. De hecho, empezaron a arremolinarse a nuestro alrededor. Decidí actuar con sentido común.


 


-       Abuelo –le dije, en voz alta, para que también me oyera el resto de los chavales-, vas a ir al ala norte y te vas a preocupar de que todos los que están allí abandonen el edificio y salgan al patio cagando leches. Pero primero asegúrate de que entienden que han de abrigarse bien y calzarse, porque hace un frío de cojones ahí afuera. Cuando el ala quede vacía, entonces ya sales tú. Yo voy a hacer lo mismo en esta otra ala.


 


El Abuelo me miró. Su mirada no denotó temor alguno. Y hubiera sido humano haberlo sentido. No sabíamos exactamente qué había pasado. Seguramente había estallado un artefacto explosivo en las cercanías del edificio. Desconocíamos su estado, si estaba a punto de derrumbarse… lo ignorábamos todo. Pero aún así, consciente de todo eso, me dijo:


 


-       De acuerdo. Voy para allá y te aseguro que seré el último en salir.


 


Cuando el Abuelo salió disparado a cumplir su misión, yo empecé a recorrer rápidamente los dormitorios del ala sur. La ventana del primer dormitorio en el que entré daba a la calle. La dependencia tenía muchísimos más desperfectos que la mía, que daba al patio interior. Eso me indicó que lo que fuera que hubiera estallado lo había hecho desde el exterior, desde la calle. Uno de los Auxiliares estaba sentado en una litera, llorando. Otro estaba mirándose los pies; al saltar de la litera se había cortado con los cristales rotos de la ventana. Otro se aferraba al armazón de una litera y le daba sacudidas convulsivamente, mientras repetía, una y otra vez, “¡Hijos de puta! ¡Hijos de puta!”. Puse mi mano en el hombro de este último y le dije, empleando cierta energía, que se tranquilizase. Me miró y dejó de castigar a la litera. Afortunadamente, el resto mantenía la calma. Les di las instrucciones que hacía unos momentos había comunicado al Abuelo, y al de los pies heridos le dije que fuera al Botiquín. Fui moviéndome con rapidez al resto de los dormitorios, en los que se repitió la misma mecánica, con pequeñas variaciones.


 


Cuando creí que todos los chavales habían abandonado el ala sur, entré de nuevo en todas y cada una de las dependencias, asegurándome de que no quedaba nadie allí. Después, me dirigí de nuevo a mi dormitorio. Mi armario todavía permanecía abierto. Extraje de él mi anorak y me lo puse. Cogí la funda que contenía mi pistola reglamentaria, extraje el arma y me la coloqué junto a la ingle, por el interior del pantalón, sujeta por el cinturón. Tomé el segundo cargador con su funda y sujeté su trabilla a mi cinturón. Cerré con llave el armario y me dirigí velozmente a la escalera para salir del edificio hacia el patio interior.


 


Cuando estaba bajando, me encontré con un Sargento y un Guardia, que iban de paisano y que yo conocía bien, y que subían por la escalera acompañados por el Chincheta. El Chincheta era otro de los Auxiliares. Los cabrones de sus compañeros le llamaban así porque era de baja estatura y gastaba una talla de gorra inusitadamente alta.


 


-       Será mejor que no suban. No sabemos en qué condiciones está el edificio –dije.


-       Cabo ¡Es que no sabemos qué le ha pasado al colega que está en la garita de la terraza! –me gritó el Chincheta.


 


Cierto. Había olvidado que en la terraza del edificio había una garita y, dentro de ella, estaba uno de los colegas que habían entrado de servicio. Decidí acompañarles.


 


Cuando llegamos arriba, aparentemente todo estaba bien. La garita permanecía en su sitio y no parecía que hubiera sufrido desperfecto alguno. No obstante, la puerta metálica de entrada estaba cerrada. Intentamos abrirla, pero no pudimos. Estaba encajada. Gritamos, para comprobar si el compañero que estaba dentro podía oírnos. Desde el interior no provenía ningún sonido. Nos temimos lo peor. Seguimos intentando abrir la puerta, pero no pudimos, necesitábamos una palanca.


 


Ante la imposibilidad de acceder al interior de la garita, el Chincheta, demostrando que, además de la cabeza, disfrutaba de otros atributos anatómicos de gran tamaño, se subió al borde de la barandilla del edificio y saltó hacia la ventana de la garita. A través de ella, consiguió entrar. Ya desde dentro, nos gritó que el Guardia profesional que allí estaba se encontraba bien. Y empezó a dar patadas a la puerta, intentando abrirla desde el interior. Nosotros hacíamos también esfuerzos desde el exterior, infructuosamente.


 


En ese momento, dos bomberos aparecieron a nuestra espalda, acompañados de dos sanitarios con una camilla. Uno de los bomberos llevaba una palanca y se aplicó con la puerta, haciendo saltar su cerradura.


 


El suelo de la garita voladizo sobre la calle había desaparecido. Sólo quedaban las vigas de hierro. El Chincheta estaba de pie y a su lado, tumbado, el Guardia que había sufrido la explosión –luego lo supimos- de forma más directa. El suelo había debido levantarse, llevándose al Guardia hacia el techo y, al caer, había tenido la fortuna de estrellarse contra las vigas y, desde allí, había conseguido llegar al suelo que formaba parte de la terraza del edificio.


 


Los sanitarios colocaron al Guardia en la camilla y lo sacaron de la garita. El Guardia gritó:


 


-       ¡Dejadme que me vea! ¡Dejadme que me vea!


 


Depositaron la camilla en el suelo. El Guardia se miró las piernas, primero una, luego la otra. Después, levantó sus manos y, mientras movía todos sus dedos, dirigía su mirada de una a otra mano. Satisfecho con su exploración, dijo:


 


-       Ya.


 


Y se tumbó en la camilla, esta vez relajado. Los camilleros y los bomberos desaparecieron escaleras abajo, seguidos por todos nosotros.


 


Cuando llegué al patio interior, un airecillo helador me acarició el cuello. Me abroché la cremallera de mi anorak hasta arriba. Allí estaban la mayoría de los Auxiliares que el Abuelo y yo habíamos desalojado. Me rodearon, esperando que les diera alguna instrucción.


 


-       Yo, de vosotros, me iría al Cuerpo de Guardia y me quedaría allí. Por lo menos, estaréis calientes y podréis esperar a ver qué pasa con el edificio, si podemos entrar más tarde a recoger nuestras cosas o no.


 


Me hicieron caso. Yo les seguí. Al aproximarme a las dos cabinas telefónicas que estaban instaladas en el patio, puede ver una cola muy larga, tanto de Auxiliares, como de Suboficiales. Sin duda, intentaban hablar con sus familiares, para tranquilizarles. Los Suboficiales no hacían prevaler sus galones para saltarse la cola, algo que, en otro momento, hubiera podido ser habitual. Es lo que tienen las desgracias, que a veces unen a las personas.


 


A la vista de las colas, me acordé de que yo también debería telefonear a mi familia. Pero no me apetecía nada esperar. Así que, aprovechando que todavía conocía a los Suboficiales que trabajaban en Seguridad, me dirigí hacia la oficina del Suboficial de Servicio, para usar el teléfono oficial.


 


Cuando llegué a la puerta de su oficina, el Sargento estaba solo. Y hablando por teléfono, sin duda con un superior, por los comentarios que hacía. Me quedé en la puerta, esperando. Al cabo de unos minutos, colgó y me miró.


 


-       ¿Da usted su permiso, mi Sargento?


-       Sí, hombre, pasa.


 


Al hombre se le veía superado por las circunstancias. Probablemente, en su vida se iba a ver en otra igual.


 


-       El Abuelo y yo hemos desalojado los dormitorios de los Auxiliares. En esa planta no queda nadie.


-       Bien, muy bien ¿Ha habido algún herido?


-       Bueno, alguna herida y algún corte, pero nada serio, que yo haya podido ver ¿Sabe ya qué ha ocurrido, mi Sargento?


-       Una furgoneta bomba. La han estacionado justo en la esquina de vuestro edificio, debajo de la garita. De ella se han bajado corriendo dos tíos, que se han metido en un coche que iba conducido por otro. Y han salido quemando rueda. El Auxiliar que está de servicio en la garita de Armamento había empezado a comunicarme, por el radioteléfono, que una furgoneta había aparcado encima de la acera, cuando nos ha sorprendido la explosión. Además, lo hemos visto por las cámaras de seguridad, pero ha sido todo tan rápido, que no ha dado tiempo a grabarlo.


-       ¿Cómo es que está solo, mi Sargento?


-       Tengo a los dos Cabos organizando a la gente, para ayudar a los servicios de emergencia y controlar a los curiosos. Lo más sorprendente es que no ha venido ningún superior a preguntar qué ha ocurrido. Se ve que no quieren comerse el marrón. Y aquí estoy, con el teléfono, que está que echa humo. Porque llamar, sí que llaman, claro.


-       Hablando de teléfono ¿le importaría que lo usara un momento para llamar a mis padres?


-       Nada, ahí lo tienes.


-       Muchas gracias, mi Sargento.


 


Marqué el número de la Comandancia de la Guardia Civil de Toledo. Tras unos tonos de llamada, se puso el Guardia que estaba de servicio en la centralita. Le pedí que me pasara con la vivienda de mi familia. Esta vez transcurrieron más tonos, pero finalmente se puso mi madre. Le dije muy rápidamente lo que había pasado, pero que no se preocuparan, que yo estaba bien. Y que tenía que colgar, porque estaba llamando desde el teléfono de Seguridad. No me pareció que mi madre se quedara especialmente preocupada después de hablar conmigo.


 


No hice más que colgar el teléfono, cuando vimos aparecer en la oficina al Coronel Jefe del Estado Mayor. Era un hombre bajito, cerca de los 60 años. Vestía de uniforme. De color caqui, pues no era Guardia Civil. Con su gorra de plato y el abrigo ¡Qué cuajo, el tío! Haberse puesto de punta en blanco en semejantes circunstancias.


 


El Sargento se cuadró y le saludó militarmente, mientras utilizaba la forma verbal de saludo, que se superpuso con la mía.


 


-       A sus órdenes, mi Coronel.


-       Sargento ¿qué ha ocurrido? Deme novedades.- Sólo miró al Sargento, para él yo no existía, y menos estando de paisano.


 


El Sargento pasó a explicarle lo que antes me había contado a mí. El Coronel no le interrumpió ni una sola vez, dejando que finalizase su relato de lo que se sabía hasta ese momento.


 


-       Sargento. Veo que está solo –yo seguía siendo transparente- ¿Alguno de sus hombres puede acompañarme al lugar de la explosión?


 


Vi muy apurado al Sargento, porque no tenía a nadie cerca a quien poder encomendar aquella tarea. Y él no podía abandonar la oficina. Me miró de reojo discretamente. Yo entendí rápidamente el significado de esa mirada, y asentí levemente con la cabeza.


 


-       Mi Coronel, tengo a toda la gente fuera, en diversas tareas. Pero éste es el Cabo 1º XXXXX, que hasta hace poco estaba destinado en Seguridad, con nosotros. Quizá él podría acompañarle.


 


En ese momento, el Coronel pareció reparar en mi presencia. Me miró de arriba abajo, valorando si, a pesar de no estar de uniforme, sería capaz de cumplir con cierta solvencia lo que el Sargento estaba proponiendo.


 


-       Cabo.


-       ¿Sí, mi Coronel?


-       ¿Va usted armado?


 


Me fijé en que él no llevaba pistola. Su pregunta era lógica. Si íbamos a ir al lugar de la explosión, uno de los dos, al menos, debía ir armado. Levanté ligeramente mi anorak y mostré la culata de mi Star 9 milímetros Parabellum.


 


-       Sí, mi Coronel.


-       Pues vamos allá.


 


Y sin decir nada más, me dio la espalda, dando por hecho que yo le seguiría, con el aplomo que da la costumbre de saberse obedecido. Pensé que no se había acercado a Seguridad ninguno de nuestros superiores de la Guardia Civil, a pesar de que la mayoría vivían en las viviendas que había en el interior de la Dirección General. Y sin embargo, allí que se presentó aquel militar, que también vivía allí con su familia, en cuanto supo de lo ocurrido. Y no sólo eso, sino que además quería ir a la zona de la explosión. En aquel instante, ese hombre diminuto, vestido con su impecable uniforme caqui, subió varios peldaños en mi escala de valores. Le hubiera acompañado al mismísimo infierno, si me lo hubiera pedido.


 


Bajamos por la calle Guzmán el Bueno, en dirección a la confluencia con San Francisco de Sales, yo unos pasos por detrás del Coronel y a su derecha, tal y como mandan las ordenanzas. Una vez allí, giramos a la izquierda, hacia la esquina en la que había hecho explosión la furgoneta bomba. Hacía muchísimo frío. Desde nuestra posición, veíamos movimiento de personas y vehículos. Guardias Civiles, Policía Nacional y Municipal, servicios de emergencia, curiosos…


 


El suelo donde había explotado la furgoneta no existía. En su lugar, había un enorme cráter. La esquina del edificio presentaba un boquete inmenso, mostrando la razón por la que había resistido sin derrumbarse: el muro exterior era extraordinariamente grueso, lo que sin duda había evitado que hubiera habido muchos muertos y heridos, yo entre ellos. Varios bomberos se afanaban en apuntalar el muro que había quedado encima del agujero.


 


En las proximidades, había dos vehículos que, sin duda, habían sido afectados por la explosión. Vehículos que pertenecían a personas que, desgraciadamente, transitaban por allí en aquel fatídico instante. Ambos coches estaban rodeados por personal de los servicios de emergencia. Era de temer que, respecto a sus ocupantes, hubiera que lamentar alguna desgracia.


 


El Coronel se movió entre todas aquellas personas como si no existieran, seguido de mí a pocos pasos. Lo contempló todo con gran interés. Hizo algunas preguntas a los Guardias que allí estaban, y a los responsables de los servicios de emergencia. Cuando creyó que ya había visto todo lo que necesitaba, volvió a la oficina del Sargento de Seguridad. Yo le seguí, por supuesto. Entramos en la oficina.


 


-       Sargento. Si ocurre alguna novedad que, a su criterio, yo deba saber, llámeme enseguida, sea la hora que sea.


-       A sus órdenes, mi Coronel.


 


Dicho esto, salió de la oficina, dejándonos solos al Sargento y a mí.


 


-       ¿Puedo ayudarle en algo, mi Sargento?


-       No, ya has hecho bastante. No tenías ninguna obligación de acompañar al Coronel. A fin de cuentas, ya no estás destinado en Seguridad.


-       No se preocupe. Yo también tenía curiosidad por ver el lugar de la explosión.


 


Hice una pausa. Estaba muy cansado, y necesitaba dormir un poco. Pero a mi dormitorio no podía volver, evidentemente, porque podía ser peligroso, dado el estado del edificio. Pensé que quizá podría ocupar una de las camas de la habitación de los Cabos, en el Cuerpo de Guardia.


 


-       Si no me necesita, voy a ir a la habitación de los Cabos, a ver si puedo dormir un poco. Que mañana va a ser un día muy largo.


-       Sí, ve. Además, allí no hay nadie ahora.


-       Muchas gracias. A sus órdenes, mi Sargento.


 


Salí de la oficina y me encaminé a la zona de los dormitorios del Servicio de Seguridad. Para ir al de los Cabos, primero tenía que pasar por el de los Guardias y Auxiliares. En éste, todas las literas estaban ocupadas por los Auxiliares que habíamos desalojado el Abuelo y yo. Atravesé la dependencia sin hacer ruido, abrí la puerta del dormitorio de los Cabos y entré, cerrando tras de mí. Encendí la luz, me quité el anorak y dejé la pistola encima. Me metí en el aseo. Me miré la cara en el espejo del lavabo. Cansado, estaba muy cansado. Abrí el grifo y me eché agua templada a la cara. Me sequé y, sentándome en una de las camas, me quité los zapatos. Me tumbé vestido encima de la cama. Y empecé a pensar en algunos problemas que iba a tener al día siguiente, y que tendría que resolver con cierta premura. Lo más importante es que tendría que buscar un sitio donde vivir, pero ya, hasta que me entregaran mi nueva casa. Y a ver qué ocurría con mis cosas, las que estaban en mi armario, en el edificio siniestrado. Pensando estaba en esto, cuando el cansancio me pudo y me quedé dormido.

domingo, 6 de mayo de 2012

PRESENCIA PÚBLICA


Estimados pitufos:

Hace ya casi un año, la Federación de Asociaciones de Antiguos Guardias Civiles Auxiliares firmó un convenio de colaboración con la Asociación Internacional de Instructores de Defensa Personal Policial (Police Self Defense Instructors International  - PSDI-ESPAÑA), en las que ambas partes se comprometieron a colaborar en la consecución de los fines que les son propios, ya que entre sus principios e ideales coinciden en RECONOCER LOS VALORES DE LA ESENCIA DE LA GUARDIA CIVIL.
Recientemente,  otra entidad amiga, la Asociación ARES de Reservistas Españoles, ha suscrito también un convenio de colaboración con PSDI-ESPAÑA, pues ambas reconocen los valores de la esencia de las Fuerzas Armadas y Fuerzas y Cuerpos de Seguridad.
Con esta nueva alianza se augura una más que prolífica relación, especialmente para todos aquellos que nos consideramos defensores de unos valores que han regido y dirigirán nuestras vidas, después de nuestro paso por el Cuerpo de la Guardia Civil, y que en esencia podemos identificar por:
UN ALTO CONCEPTO DEL HONOR,  JUSTICIA Y  MORAL, UN PROFUNDo  AMOR A LA PATRIA y, un sincero sentimiento de lealtad y compañerismo.

miércoles, 18 de abril de 2012

...BRILLA AIROSO TU PENDÓN.



Estimados pitufos:
Como quiera que ya hace algún tiempo que no actualizo este blog, algunos pensaréis que me he olvidado de vosotros. Nada más lejos de la realidad. Lo cierto es que mis obligaciones laborales no me han permitido sentarme a escribir algo.
Hoy quiero solucionar esta cuestión, además, tengo materia para ello. En estos pasados meses, muchas son las cosas que han ocurrido, entre ellas, el encuentro en Zaragoza, donde, de nuevo, se volvieron a encontrar todos aquellos compañeros que pudieron asistir.
De igual forma, no puedo dejar pasar las dos importantísimas y recientes reuniones que, algunos de nuestros compañeros, han tenido con los Directores Generales de la Guardia Civil y de la Policía, sí, con los dos.
Es impagable materialmente el tiempo que, alguno de nuestros compañeros, que todos conocemos, dedica a la causa de los Guardias Civiles Auxiliares y su memoria. El pago a tanto trabajo no puede ser otro que seguir honrando a la Guardia Civil, pues eso, y no otra cosa es el anhelo último de todos aquellos que trabajan con empeño en este proyecto.
La sociedad debe de conocer la impronta que, en su día, dejó la Guardia Civil en nuestras vidas, y nosotros mismos, en la propia Institución.
Desde estas líneas envío un fuerte abrazo a todos los que hacéis grande esta ilusión renovada y mi más profundo agradecimiento.

JEFE DE CLASE

lunes, 23 de enero de 2012

Y VA DE HISTORIA...


Estimados pitufos:
Para desengrarsar de estas fiestas, he querido retomar el blog con una entrada de las que a mi me gustan. Un compañero nuestro, ha tenido el detalle de enviarme una foto de un documento increible: la portada del primer número de la revista oficial del Cuerpo. Os tengo que decir la verdad, en realidad tengo toda la revista en formato digital.
Tal y como os he dicho tantas veces, en nuestras manos está el poder recuperar, guardar y conservar todo aquello que configura la historia de nuestra querida Guardia Civil.
Os animo intensamente a ello y, por supuesto, a que me participéis de vuestros hallazgos.
Buena cuesta de enero a todos...